¿Usamos solamente el 10% de nuestro cerebro?

   

     Han pasado algunos años desde que se estrenó aquella extraña y entretenida película protagonizada por Scarlett Johanson donde la misma interpretaba a la mujer que le daba nombre a la cinta: “Lucy”. Recuerdo a mis compañeros flipar cuando apenas el tráiler apareció en YouTube, prometiendo que tocaría temas psicológicos que harían a nuestras cabezas filosofar con respecto a la mente y la existencia. En parte tenían razón, es decir, algunas de sus teorías son bastante osadas e interesantes.
      Sin embargo, todavía puedo traer a mi mente la primera vez que vi el tráiler de la cinta antes que llegara a las salas, y en los diálogos del mismo se dejaba claro la premisa cliché de la historia: los seres humanos solo usamos un porcentaje notablemente bajo de nuestro cerebro, y Lucy había empezado a usar más, convirtiéndose en una especie de maquina asesina inteligente con poderes sobrehumanos. Aquello me hizo reir un poco, pero lo que más me impresionó de todo aquello, es que algunos de mis compañeros apoyaban dicha creencia con argumentos bastante convincentes que juraban que, como parecían lógicos, eran certeros.
      Esta situación me pareció bastante curiosa. Es decir, éramos estudiantes de psicología, la mente era lo nuestro, y aunque todavía como profesional no puedo decir que los misterios de la psiquis y el cerebro están completamente al descubierto, en aquella época habíamos ya diseccionado un cerebro, explorado sus funciones, indagado en las diferentes patologías, y sopesado las numerosas teorías de la inteligencia. ¿Cómo es que pensaban que solo usábamos un 10% del mismo? ¿A qué se refiere exactamente ese mito?
      Gran impacto para mí fue, después de leer el libro “Los 50 grandes mitos de la psicología popular” de Scott Lilienfeld (grandioso libro que inspiró en parte este artículo), conseguirme con que, según un estudio realizado en Brasil en el 2002, el 95% de personas con educación universitaria completa afirmaron que la gente solo usa un 10% de su cerebro. Aquello me pareció una exageración, así que me propuse hacer mi propia prueba con estudiantes de psicología de la Universidad Yacambú, mi alma mater, y mi descubrimiento abofeteó mi optimismo. La gran mayoría me comentó que usábamos el 5%, 10%, 20%... recuerdo uno que me dijo con toda seguridad 33,3%, respuesta que casi hace que mi lápiz cayera al suelo de la impresión.
     De todas maneras, la película Lucy es la más indefensa de las propuestas con este mito como bandera. Investigando me encontré libros que aseguraban expandir la capacidad cerebral, comerciales, supuestos especialistas de televisión, incluso slogans de aerolíneas que toman este asunto para vender sus productos. Una información que ha calado tanto en el saber popular, que incluso es mas difícil probar lo contrario a simplemente afirmarlo.

¿Pero cuál es la verdad?

      La verdad es que no hay evidencia científica que respalde dicho enunciado. Es decir, si bien es cierto que no todos alcanzamos todo nuestro potencial intelectual, no quiere decir que el ser humano use solamente el 10% de su cerebro. Aquello es una exageración y una generalización bastante alejada de la realidad. En su libro, Lilienfeld expone razones con las cuales podemos desmentir este hecho:

Nuestro cerebro cobró forma por selección natural. Lo que quiere decir básicamente que este se fue formando mientras contribuía a la sobrevivencia y la reproducción de la especie. ¿Para qué desarrollar el 90% de un órgano tan complejo sin usarse jamás? Además que, a pesar de que la corteza cerebral representa solo un 2 y 3% de nuestro peso, consume más del 20% del oxígeno que respiramos. No tiene sentido que la evolución haya permitido un derroche de recursos para mantener un órgano inutilizado.
Perder menos del 90% del cerebro por accidente o enfermedad trae consecuencias catastróficas. Estamos hablando que, la actividad cerebral, aquella que produce lo que concebimos como mente, se estropea de tal forma que la persona pierde permanentemente pensamientos, recuerdos, percepciones, emociones… en fin, funciones cognitivas básicas del ser humano. Casos publicitados como el de Terri Schiavo en 1990, quien perdió el 50% de su telencéfalo (parte superior del cerebro) y duró 15 años en estado vegetativo antes de morir, son ejemplo de que si realmente el 90% de cerebro estuviese inactivo, estos casos en realidad no hubiesen sucedido de esta manera.
No hay área alguna del cerebro destruida por un derrame o traumatismo que no deje en los pacientes deficiencias funcionales. Esto puede comprobarlo cualquier estudio neurológico. Si bien es cierto que podemos vivir sin un fragmento del cerebro (dependiendo de cuál sea), no quiere decir que no hayan deficiencias funcionales sin él. Es más, la estimulación eléctrica de zonas cerebrales en neurocirugías no ha puesto al descubierto “zonas inactivas”, al contrario.
Los electroencefalogramas, las tomografías por emisión de positrones y escáneres, así como aparatos funcionales de resonancia magnética, no han localizado zonas inactivas del cerebro. De hecho, aun en tareas simples para cualquier ser humano, se requiere por lo común la colaboración de áreas de procesamiento de prácticamente todo el cerebro.
Las áreas cerebrales sin usar se atrofian o se degeneran. Esto es un principio firme de la neurociencia. También pueden ser tomadas por áreas cercanas en busca de territorio sin utilizar a fin de colonizarlo para sus propósitos. De una u otra forma, es improbable que tejido cerebral en perfecto estado, pero sin usar, permanezca al margen durante mucho tiempo.

¿Entonces… de donde surgió este mito?

     Para hablar de ello, tendremos que remontarnos a años atrás. Aunque no se tiene muy claro, se piensa que todo comienza con William James a fines de siglo XIX y principios del siglo XX. En uno de sus textos dirigidos al gran público, el autor confesó dudar de que las personas promedio desarrollaran más de alrededor de 10% de su “potencia intelectual”. Esto es importante, porque habló siempre en términos de potencial no desarrollado, sin relacionarlo con una cantidad específica de ocupación en el cerebro. Pero un montón de “sabiondos” no profesionales de la mente no fueron tan prudentes, y “10% de nuestra cerebro” fue lo que poco a poco se empezó a correr entre sus discursos. Es más, Lowell Thomás, en uno de los libros de autoayuda más vendidos de todos los tiempos (“How to Win Friends and Influence People”) de Dale Carnegie, escribió en el prefacio por ahí en 1996, que esta afirmación la respaldaba el mismísimo William James, haciendo perdurable así el mito.
     Por ahí dicen incluso que Albert Einstein explicó su brillante inteligencia remitiéndose al mito del 10%. Como muchas otras cosas que se dicen de Einstein por internet, esto no tiene evidencia histórica alguna. Es más que probable que los vendedores de estas ideas falsas por obtener mayor prestigio y, por lo tanto, mayores ventas, se hayan aprovechado de la fama del científico y le hayan atribuido tales palabras.

Conclusión

      La psicología popular está llena de mitos; creencias que, si uno como profesional no investiga y corrobora por sí mismo, se encuentra desarmado y puede caer en la tentación de usar el sentido común y el saber popular en la práctica profesional en vez de los conocimientos adquiridos. Algunas de estas creencias, mantenidas por tradición oral, por el deseo de respuestas fáciles y remedios rápidos, por sesgo de información, o por exageración de la verdad, se convierten en verdades que leemos a diario en libros superventas, escuchamos en la televisión, y que incluso, somos víctimas de ello sin darnos cuenta.
     Y es que hay que reconocer, que algunos de estos mitos son tan razonables que parecen ciertos. Es más, que usásemos el 10% del cerebro y que con el otro porcentaje alcanzásemos capacidades sobrehumanas, es una idea tan atractiva, que no me sorprende que la aceptásemos como cierta por tanto tiempo. Aunque bueno, de todas formas nos quedan películas de ciencia ficción interesantes donde todo estas estos mitos pueden servir para hacernos flipar. Queda de parte nuestra en separar lo que dicen que es cierto, y lo que está demostrado en realidad.

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