Los cortes invisibles de Katherine



La autolesión como mecanismo de afrontamiento.

     Cuando conocí a Katherine yo era solamente su profesor de ciencias. Tener más de treinta estudiantes en un salón de clases y apenas verlos un par de horas semanales, hace que, por muchos estudios de psicología que te acompañen, siempre haya uno que otro nombre que se te dificulte grabarte, o peor, una que otra cara que te cueste localizar. Así era con Katherine. Ella era, para ser franco, invisible. Con calificaciones promedio, y sin hacerse notar en clase, Katherine llamó mi atención un día que no levantó su rostro de su mesa por dos horas seguidas. Sabía que no estaba dormida, porque de vez en cuando secaba sus ojos con la manga del suéter con disimulo. Así que, al culminar mi jornada y dar la orden de salida, le pedí que se quedará un poco más y conversará conmigo.
     Nada imaginaba yo que en aquella larga conversación, Katherine confesaría entre lágrimas episodios de violencia familiar, importantes sentimientos de inferioridad, y como quien le enseña el alma a la otra persona, cuatro cortes recientes en su brazo derecho dispuestos en sentido perpendicular a sus venas. “Tengo más en mis piernas”, agregó. “A veces simplemente… lo hago. Aunque no sé por qué”. El sentido común puede dictarle a cualquiera que Katherine lo hacía para llamar la atención de los demás, y sin embargo, sus cortes estaban escondidos. Nadie, aparte de mí en ese momento, sabía de aquello. ¿Qué buscaba Katherine con esos cortes? O mejor aún, ¿por qué ni siquiera ella misma lo sabía?
     Se suele pensar, y esto es absolutamente cierto, que existe una relación estrecha entre las autolesiones y la impulsividad. Sin embargo, también es cierto que muchas autolesiones tienen un gran componente de planificación y de comunicación no verbal. Los cortes de Katherine, invisibles al mundo, se mostraban dispuestos de forma ordenada, como si los hubiese hecho incluso con precaución. No quería matarse. Y en aquel momento pensé erróneamente que aquellos cortes podían catalogar la situación como una emergencia, pero no era así. La conducta autolesiva era habitual en ella, era un comportamiento que realizaba de vez en cuando en sus noches de intensa angustia. Aquello más que una emergencia, era el lenguaje de su dolor. 
      Dolores Mosquera, autora del libro “La autolesión: el lenguaje del dolor”, enumera los motivos que generalmente verbalizan sus pacientes que se autolesionan:

Para sentir alivio.
Para mostrar lo mucho que sufren.
Para pedir ayuda. 
Para sentir que tienen un motivo real para experimentar dolor.
Para sentirse vivos, “reales”.
Para comprobar que no están soñando.
Para volver a la realidad (salir de un estado disociativo).
Para experimentar sensación de purificación o limpieza (sale sangre y con esta todo lo malo).
Para “obtener su merecido” (castigo).
Para castigar a otros.

      En su libro, la autora desarrolla cada uno de tales motivos, pero todos de alguna manera reflejan la autolesión como una estrategia de afrontamiento y como una medida compensatoria; una agresión deliberada al propio cuerpo como una forma de manejar y tolerar las emociones. Al respecto, Karen Conterio y Wendy Lader explican que el daño infligido es un acto de mutilación del cuerpo, no con la intención de cometer suicidio, sino de afrontar emociones que parecen demasiado dolorosas para ser verbalizadas. 
      En el caso de Katherine, ella pudo describir una sensación de alivio posterior al hecho, al igual que la mayor parte de los que recurren a la autolesión. Esta sensación es la meta principal para estos actos, y fíjese la diferencia entre un intento de suicidio y una autolesión: en la primera se busca la muerte, en la segunda se busca el alivio. Si bien es cierto que pueden referir deseos de morir, son estos deseos parte de todo el sufrimiento que ellos intentan minimizar. Para ellos, y para Katherine, existe un torbellino de emociones confusas y desesperantes en su interior, un dolor que necesitan entender y aminorar, y que es mucho más fácil volverlo tangible, que traducirlo en palabras. 
      Lo anterior ejemplifica lo que Mosquera llama “estrategia de afrontamiento”. Todos nacemos con la capacidad de sentir emociones. Desde pequeños las expresamos de diferentes maneras (llantos, rabietas…), conductas diversas que se van ajustando con nuestro crecimiento y nuestra interacción con el entorno. Pero también es cierto que no nacemos con un aprendizaje que nos permita identificar, expresar y manejar las emociones. Estas habilidades las vamos aprendiendo, es algo que va desarrollándose en nuestro mundo socioafectivo. La idea de la autolesión surge cuando estos mecanismos adaptativos son escasos. Las herramientas con que cuenta el individuo se agotan y ha de recurrir a nuevos métodos que le ayuden a manejar su estado de ánimo que se vuelve insorportable. La autolesión es, en fin, la forma que tienen de mantenerse con vida. 
     Todas las razones enumeradas anteriormente, nos llevan a un único punto: independientemente de cual sea el fin de la autolesión, en todos los casos hay un componente emocional importante que necesita ser regulado, parado, frenado. Es así, como hacer real el dolor, hacerlo visible, darle forma con algo conocido, les ayuda de alguna manera a localizarlo, identificarlo, y manejarlo, aunque sea con un mecanismo que a los ojos de otros sea espantoso.
     Al ver los brazos de Katherine lesionados, quedé paralizado por un par de segundos. Después entendí que al mostrármelos, ella estaba resumiendo sus emociones en cuatro trazos, y me los estaba comunicando. Como profesor sabía que el siguiente paso sería comunicar con discreción a las autoridades correspondientes. Sin embargo, como terapeuta, no pude evitar retenerla por más tiempo para que descargara el montón de pensamientos amontonados en su cabeza. Pasaría por muchos adultos que le aconsejarían no hacerlo, que se burlarían, que despreciarían sus actos, pero que no le enseñarían otra manera de sobrellevar su conflicto interno. La comprensión es el paso fundamental para ayudar a cualquier persona que sufre. Y sospecho que Katherine ha conocido pocos adultos que han intentado siquiera comprenderla.


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